Tres son las constantes universales en este cine tan característico y sectario-ideológico de las tres primeras décadas que llevamos soportando este siglo.
Las películas deben incluir, al menos, doce o quince largas escenas con pantallas de chat o mensajes. Sobre todo sin son de la categoría inferior a mal cine.
Además de abaratar la película llenando el metraje con escenas inservibles y super baratas de corta y pega; consiguen que el público se sienta como en su casa, ya que le encanta chismorrear en los teléfonos ajenos. Además de dar cierto y poco elegante realismo a la película, si un actor maneja una pantalla que le es familiar al público, sentirá una intensa empatía por el personaje, casi parentesco, por muy villano que sea.
Otra constante en este cine ideológico y coronavirus de estas primeras décadas, como lo son las bolas de navidad en el arbolito; son los besos y arrumacos entre dos personajes machos. El público lo ve ya con normalidad y ni siquiera escupe las palomitas ante la escena. Yo es que soy viejo y no me acostumbro (ni quisiera).
Cuando el filetazo de los machos supera los cuatro segundos comienzan los ruidos de succión (en surroun de mierda). Y ante una pantalla tan grande y sin lugar donde parapetarme, los dedos de los pies ya se han contraído, talmente como si los calcetines se hubieran encogido repentinamente; y al mismo tiempo me ataca un prurito muy molesto en las palmas de las manos, sobacos y cuero cabelludo. No sé... Son escenas que me hacen pasar unos muy embarazosos segundos de inquietud en la butaca. Tal vez, inconscientemente busco el mando a distancia de la pantalla con una humillante ingenuidad.
Otra constante: cuando los besos y los arrumacos son entre dos hembras con lencería de puta o sin lencería. Esto es muuuuuuy diferente. Más que relajarme, me siento oníricamente trasladado a la pantalla donde participo en el filetazo de las diosas tortilleras. No siento ningún prurito y mis calcetines no hacen cosas raras. Tan sólo gozo de una pequeña incomodidad por la erección instintiva de macho viejo. Y es que los besos de las hembras no generan esos ruidos succionadores y graves de los machos que, consiguen aterrarme.
Soy un respetuoso admirador del lesbianismo, mucho más elegante que el homomacho con esos rabos y barbas de por medio. Con solo el mío tengo más que suficiente para pasar un buen rato, no tengo duda alguna.
En fin, tengo un lado lesbiano en mi personalidad, cosa de la que me siento orgulloso.
Y ocurren otras cosas muy tontas e inservibles en el cine de a un euro los diez minutos de rodaje; pero ya no estoy de humor para mortificarme por más tiempo del estrictamente necesario para ejercitar mi habilidad literaria, cultura, elegancia e ingenio de listillo profesional.
N. del A.: He preferido adornar el texto con el cartel de una película decente para no herir susceptibilidades, ya que no soy amigo de castigarme más de lo necesario por placer insano.
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